Telecinco y la defensora de la audiencia de salvame, otra engañifa mas

En el programa Sálvame ya rizan el rizo de la tomadura de pelo en clave de Sol. Ahora se sacan de la manga la figura de "defensora de la audiencia" y como portavoz nos traen a nada más y nada menos a una presentadora que en sus tiempos fue una "intocable" y actualmente ha caído en desgracia por lo anda buscando chupar cámara donde puede y la dejan. Ya saben de quién les hablo, de Doña Teresa Campos, la que fue la "reina de los programas matinales", era una "intocable", "la reina de las marujas". Estaba en lo más alto en su categoría como presentadora de programas mañaneros para las señoras que estaban en casa y que mientras limpiaban el polvo la veían para estar al día del cotilleo más novedoso.

La perfecta maruja, bien peinada, arreglada, incluso tiene voz de maruja, pero además con el aditivo de aparentar tener algo más de cultura que sus fieles seguidoras, con lo cual tenía la posibilidad de estar por encima de sus "oyentes" y decirles y aconsejarles siempre por su bien enseñándolas y adoctrinándolas a su antojo.
Cuando esta señora dirigía su programa con mano férrea todos los colaboradores hacían lo que ella ordenaba y mandaba. Allí empezaron todos, incluso el mermelado con quien por cierto, nunca tuvo mucho feeling.
Durante la época del programa del Tomate, presentado por Mermelado, éste la atacó bastante fuertemente, lo mismo que a todos los famosos que se cruzaban por medio, de hecho a su hija Terelu fue un sin vivir. No conozco muchos detalles porque realmente en ese momento no seguía mucho la historia, y además el programa del Tomate, realmente no me interesaba nada de nada.
Esta señora cayó en desgracia con el señor Basile (Vacile para los amigos) por decirle, tengo entendido, algo que no le gustó mucho, y claro, ya se sabe, si te metes con el jefe y dicho jefe no tiene correa, pues te da la patada.

Telecinco, Belen Esteban y Salvame son infumables (el traje nuevo del emperador)

En un país muy lejano vivía un Emperador muy presumido, tanto que gastaba todo el erario público en trajes nuevos para ir cambiando cada hora de vestuario. No se preocupaba de su reino, ni de sus súbditos, ni de si su ejército necesitaba dinero para mantenerlo, ni del arte, no iba al teatro ni a los conciertos. Su único interés era tener los mejores y más bonitos trajes del mundo para presumir.
En la ciudad donde vivía este Emperador llegaban cada día muchos comerciantes, y un día se presentaron dos hombres asegurando que eran tejedores y sastres y que eran capaces de tejer la  más maravillosa de las telas, con maravillosos  y extraordinarios colores y texturas. Tan maravillosa decían que era la tela que tenia la "extraordinaria virtud" de ser invisible a cualquier persona que no fuera apta para su cargo o que fuera "irremediablemente imbécil o estúpido".
El Emperador no se paró a pensar en el asunto, se le ocurrió que con esa estratagema podría averiguar qué funcionarios suyos eran aptos para los puestos que ostentaban y qué personas eran estúpidas o tontas o imbéciles. Rápidamente se puso en contacto con los truhanes, les dio una cantidad de dinero como adelanto y les encargó tejer la tela y hacerle un traje.
Los truhanes ni cortos ni perezosos montaron todo el telar e hicieron ver que estaban trabajando a destajo, encargando carísimas sedas e hilos de oro, que también se embolsaron.
En todo el Reino se corrió la voz sobre la tela nueva que el Emperador había encargado tejer y todos los súbditos tenían gran impaciencia por conocer el resultado, sobre todo teniendo en cuenta sus especiales propiedades y así poder comprobar in situ si sus vecinos eran tan incapaces o estúpidos como imaginaban.
El primero y más interesado en comprobar las propiedades y lo maravilloso de la tela prometida era el propio Emperador, que estaba deseando verla, pero se encontraba con un dilema: que era precisamente la especial cualidad de la tela  y aunque él no dudaba ni de su inteligencia ni de su capacidad para ocupar su puesto, prefería no arriesgarse, por lo que al final decidió enviar a su viejo ministro a supervisar los trabajos de los tejedores, ya que le consideraba "un hombre honrado y digno de confianza".
El viejo ministro cuando llegó al lugar donde tenían los telares instalados y ver que allí no había nada se asustó, pero por otro lado pensó: "Si digo que no he visto nada, van a pensar que no estoy apto para el cargo o que soy un estúpido y me van a echar", así que decidió seguir la corriente a los truhanes y comentar y alabar la maravilla de las texturas, los colores, los hilos de oro con los que estaba cosido.
Los tejedores incluso le dieron los nombres de los dibujos y le describieron y dieron todo tipo de detalles de la tela, algo que el viejo ministro tuvo muy buen cuidado en memorizar para darle todos los detalles al Emperador, que es lo que hizo en cuanto estuvo en su presencia.
Los falsos tejedores pidieron todavía más dinero para comprar más telas y sedas costosísimas a fin de continuar con su trabajo, dinero que evidentemente no se utilizó para tejer la tela inexistente, sino para llenar aún más los bolsillos de los truhanes falsos tejedores que seguían tomando el pelo a todo el Reino del presuntuoso Emperador.
Después de varias semanas el Emperador volvió a enviar a otro funcionario de su confianza para inspeccionar los trabajos de los ahora famosísimos tejedores. El hombre, al no ver nada, ninguna tela, ni nada de nada, se asustó, pero también pensó: "Yo no soy tonto, ni tampoco quiero que piensen que no sirvo para el cargo que ostento, así que les seguiré la corriente".
De esta forma este otro alto funcionario y hombre de confianza del Emperador volvió "impresionadísimo de la tela tan maravillosa que estaban tejiendo para su Vuecencia y del exquisito trabajo de los maravillosos tejedores que había contratado".